
La política exterior de Trump, las primeras decisiones cuestionan el orden mundial y regional
En su segunda administración, Trump busca reordenar el equilibrio global mediante una política unilateral y coercitiva, enfocándose en sus intereses nacionales, con posturas agresivas hacia México y Panamá, pero sin descartar negociaciones estratégicas.
Henry Kissinger pensaba que el orden mundial de la globalización enfrentaba la paradoja de un éxito económico que al mismo tiempo generó, como fuerza centrífuga, su propia resistencia y contestación política. Una suerte de contradicción entre el mercado, el Estado y las sociedades nacionales. Reconstruir ese orden fracturado, era para Kissinger una exigencia imperativa de la política exterior de los Estados Unidos.
Pensaba que esta tarea no podía encararse a partir de los intereses nacionales de un solo país. Que el superpoder nacional de los Estados Unidos debía articular consensos universales para crear un orden mundial que armonice y tenga en cuenta los intereses y realidades de otras culturas y regiones. Esta visión globalismo – realista de Kissinger, lo llevó a su decisiva visita a la República Popular China, en 1971, y a concretar el histórico encuentro Nixon- _Mao Zedong, en 1972, que cambió el rumbo de la política mundial.
Después de la Guerra Fría el globalismo se convirtió en la base de una visión bipartidista de la política exterior de los Estados Unidos. Ciertamente con matices y contradicciones. Pero no se cuestionaba el orden global. Hasta el 2017 en que Donald Trump, sustentó la diplomacia norteamericana en una visión alternativa, simbolizada en la frase “American First”. Su reciente triunfo electoral cuestiona el globalismo con mayor consistencia .
Marco Rubio, en la audiencia de confirmación de su nominación como Secretario de Estado, tuvo un momento de reflexión casi doctrinaria sobre la actual visión del mundo de los republicanos y los intereses nacionales de Estados Unidos. En una reminiscencia histórica recordó que la Guerra Fría genero un orden mundial que produjo, en la mayor parte del mundo democracia, estabilidad y prosperidad . Al colapsar este mundo previsible de la post guerra mundial, advino el globalismo y dominó el escenario internacional. Según Rubio, la idea que se había llegado al fin dela historia – aludiendo implícitamente a Francis Fukuyama -, que todas las naciones del mundo eran parte de una comunidad democrática y que el interés nacional norteamericano debía ponerse al servicio del orden mundial, de la existencia de una familia del género humano y una ciudadanía del mundo. Para Rubio, en estricta concordancia con reiteradas declaraciones de Trump, esta percepción fue “solo una fantasía , ahora sabemos que fue una peligrosa ilusión”.
El globalismo, para el Secretario de Estado, menoscabo el ejercicio de la soberanía nacional de los Estados Unidos, empobreció y marginalizó a las clases medias, produjo el colapso de la capacidad productiva industrial y determinó que el control de las cadenas de suministros cayera “en manos de nuestros adversarios y rivales”. Calificó el orden mundial de base multilateral como obsoleto y afirmó que «ahora es un arma que se utiliza contra nosotros»
En esta lectura del sistema internacional no hay, aparentemente, ni protagonismo individual coyuntural, ni una actitud empírica que se base solo en la interpretación de hechos. Más bien se trata de una visión que, independientemente de no corresponder con la realidad de los retos y desafíos del mundo actual, supone una cierta base teórica y una consistencia doctrinaria. Razón por la cual más allá de definiciones políticas caso por caso inspirada en el nacionalismo jacksoniano, como una de las corrientes históricas de la política exterior norteamericana.
Andrew Jackson durante el ejercicio de su presidencia ( 1929-1829) inauguró una tradición de la política exterior que supedita la acción externa a sus intereses nacionales y objetivos de la política interna. Una diplomacia soberanista, nacionalista extrema, pragmática, recreadora del destino manifiesto y de la expansión territorial. Proteccionista en lo económico. Trump lo ha reivindicado: «Al igual que Jackson, yo represento al pueblo estadounidense contra un sistema que a menudo está en su contra. La referencia a William McKinley, en el discurso de asunción del mado, Él entendió el valor de la acción decisiva y el coraje en tiempos de desafíos”
La política exterior de la segunda administración Trump es de esta manera algo mucho más consistente que exclamaciones fuera de contexto la compra de Groenlandia o la anexión del Canadá. Son expresiones sin correlación en la realidad presente ni futura. Sin embargo, han removido la escena internacional. La única racionalidad para su emisión , sería notificar con el lenguaje extremo que la nueva administración está decidida a cerra la brecha entre su poder unipolar y su potencia ( capacidad de usar el poder para conseguir objetivos concretos. Desde el fin de la guerra fría los Estados Unidos han sido un poder unipolar con una potencia cada vez más débil y porosa. Pareciera que Trump consciente de esta contradicción ha decidido intentar en su segundo mandato ejercer su poder unipolar forzando al máximo su potencia, es decir su capacidad coercitiva para obtener que otras naciones adecuen sus decisiones y conductas a sus intereses.
En el discurso de posesión Trump optó por ensalzar el poder de los Estados Unidos cuya potencia ofreció restablecer y ejercer : “Estados Unidos recuperará el lugar que le corresponde como la nación más grande, más poderosa y más respetada de la Tierra, inspirando el asombro y la admiración del mundo entero” Se autoasigno el rol de pacificador en la escena internacional y reivindicó el destino manifiesto de los Estados Unidos, al afirmar que el poder norteamericano “detendrá todas las guerras, traerá un nuevo espíritu de unidad a un mundo que ha estado enojado, violento y totalmente impredecible .” Como Estado y como sociedad, tocó la fibra del mesianismo nacionalista al proclamar que traerá “de vuelta la esperanza, la prosperidad, la seguridad y la paz para los ciudadanos de todas las razas, religiones, colores y credos». En el ejercicio de ese poder, señaló que era un hecho sin precedentes en la historia de los Estados Unidos y tocó con fuerza el mesianismo de un Estado-nación que, a su juicio, nadie en el mundo podrá detener.
Este es el diseño central de la nueva política exterior en la segunda era Trump: estabilizar el mundo acabando con las principales guerras existentes, abstenerse de participar en nuevos conflictos y ejercer un poder y una potencia unilateral en lo político, económico-comercial, militar y estratégico, con el fin de reordenar las correlaciones de fuerza en función del interés nacional norteamericano. La búsqueda de una pax americana, basada en el ejercicio unilateral, coercitivo y disuasivo del poder, tiene como objetivo obtener negociaciones con resultados favorables.
Más allá de los agresivos anuncios relacionados con México y Panamá, la grandilocuencia en la palabra y la retórica para el auditorio político interno, en el discurso y los primeros días de la administración hubo un manejo de riesgos calculados en torno a las relaciones de poder globales. Las referencias a China como el gran enemigo, junto con las poco oportunas alusiones a Taiwán que había hecho Marco Rubio en su presentación de nominación en el Senado, no fueron recogidas por Trump en su discurso. Por el contrario, el 17 de enero reveló una conversación telefónica con Xi Jinping, respecto de la cual señaló:
“Ha sido muy buena tanto para China como para Estados Unidos. Espero que resolvamos muchos problemas juntos y que empecemos de inmediato. Hablamos de equilibrar el comercio, del fentanilo, de TikTok y de muchos otros temas. El presidente Xi y yo haremos todo lo posible para que el mundo sea más pacífico y seguro».
En el discurso no hubo ninguna referencia a China. Tampoco a la guerra entre Rusia y Ucrania. Esto indica que los temas prioritarios de la política exterior, en torno a los conflictos de la agenda global, tendrán un tratamiento más prudente y menos explosivo que las decisiones en torno a las relaciones con México y la cuestión del Canal de Panamá.
El hecho de que el discurso haya centrado sus referencias a la política exterior en dos países latinoamericanos no debería interpretarse en el sentido de que la región sea una prioridad. Objetivamente, no lo es ni lo ha sido desde el período de distensión de la Guerra Fría. Trump tuvo una declaración imprudente al señalar – al ser inquirido sobre las relaciones con la región- que:
“Nos necesitan mucho más de lo que nosotros los necesitamos. No los necesitamos. Nos necesitan. Todos nos necesitan».
No hay coherencia ni sindéresis en esta declaración si, al mismo tiempo, la nueva administración pone como objetivo esencial de su política exterior en el corto plazo la deportación masiva e indiscriminada de inmigrantes irregulares y concentra sus primeras decisiones en torno a la declaratoria de emergencia nacional en la frontera con México, su militarización, el restablecimiento del programa «Permanece en México» y la suspensión del programa de admisión de refugiados. Estas medidas parecen ser previas a la ejecución de las deportaciones masivas. Tampoco guardan coherencia con la orden ejecutiva que designa a los carteles del narcotráfico, entre ellos el cartel de Sinaloa, como organizaciones terroristas extranjeras, lo que abre la posibilidad, conforme al ordenamiento legal norteamericano, de adoptar medidas militares directas en territorio mexicano. Esto es evidentemente una amenaza y un factor coercitivo para la negociación.
La presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, ha asumido una actitud muy responsable y serena, con mucho equilibrio, representativa de las mejores tradiciones de la diplomacia mexicana en el manejo de conflictos diplomáticos. Por un lado, ha reafirmado con firmeza el ejercicio de la soberanía e independencia de México y aprobado una estrategia jurídica y social para recibir a los ciudadanos mexicanos que sean expulsados en el marco de la iniciativa «México te abraza». Por otro, ha llamado a la calma y señalado que todas las medidas y decisiones adoptadas por Washington son unilaterales, enfatizando que las diferencias deben resolverse a través del diálogo.
Habrá negociaciones de todas maneras, dado que la relación bilateral está llena de interacciones de cooperación y conflicto, y que México posee una renta estratégica para la negociación. La mano de obra mexicana en los Estados Unidos es una fuerza laboral no despreciable; cerca del 10% de la economía depende de ella. En 2023, México se convirtió en el principal socio comercial de los Estados Unidos, por encima de China y Canadá, concentrando el 16% de las exportaciones norteamericanas y el 15.2% de sus importaciones. México es el segundo país en importaciones de petróleo.
La cuestión del Canal de Panamá es una expresión expansionista del pensamiento jacksoniano. La primera potencia mundial decide por sí misma que va a recuperar el Canal de Panamá sin ningún título legítimo, sin ningún derecho que suscite una controversia legítima, violando el derecho internacional y con fundamentos ajenos a la verdad demostrable. El argumento de que China opera el Canal de Panamá es sencillamente falso.
La explicitación del interés nacional norteamericano en juego también es difusa. Trump ha denunciado un supuesto control chino en la gestión del Canal, una aseveración sin fundamento, y ha afirmado que a los Estados Unidos se les cobran tarifas muy caras, cuando en realidad son las mismas que pagan los demás usuarios. También ha sostenido que fue un error transferir el canal a Panamá. Más aún, según el Sistema Universal de Arqueo de Buques del Canal de Panamá, en 2024 los Estados Unidos movilizaron 160.12 millones de toneladas largas de carga, lo que representa el 74.7% del total del tránsito de mercancías, mientras que China movilizó solo un 21.4%.
La medida anunciada por Trump pone en cuestión normas esenciales del derecho internacional, como las obligaciones de respetar la integridad territorial de los Estados, que son principios fundamentales en la historia jurídica y diplomática de América Latina. Esto pondría a los Estados Unidos al margen de la legalidad internacional. Esta cuestión podría enfrentar a la región con los Estados Unidos y convertirse en un factor disruptivo en las relaciones bilaterales.
Una medida de fuerza es posible, pero improbable. Todo indica que el camino sería la negociación coercitiva y asimétrica.
Manuel Rodríguez Cuadros
Presidente ILADIR